7 de mayo de 2024

Educar a los niños mediante el juego

Educar con juegos es una tarea que se proponen muchos papás, intentando aprovechar la curiosidad natural de los niños para hacer que aprendan mejor y más rápido. Los niños disfrutan jugando. Pueden permanecer horas construyendo y cambiando historias. Un ingrediente básico en su día a día es la diversión. Muchos padres, tutores o especialistas utilizan esta inclinación natural para incluir en el juego un segundo objetivo, el de educar y formar. Así es como se plantean la idea de educar con juegos.

Entonces, aparecen las preguntas, ¿cómo hacerlo? ¿Qué tener en cuenta? Jugando, los niños siempre aprenden. Continuamente están planteando, aceptando o descartando hipótesis. Son entornos seguros en los que ellos pueden tomar la iniciativa y experimentar.

Un juego tiene que ser divertido. Sobre todo, tiene que serlo. Cuando se plantean modificaciones, puede que el juego se convierta en más enriquecedor, pero dejará de ser un juego cuando se pierda la diversión. De hecho, probablemente incluso deje de serlo antes, cuando el objetivo primario se trasforme en secundario. En este sentido, hay que tener cuidado, porque al intentar “mejorar” el juego de un niño, con toda nuestra buena intención, podemos conseguir el efecto contrario. Por eso, siempre es una buena idea dejar que sea él quién introduzca cambios o que vuelva para atrás si los que ha probado no le gustan.

Por supuesto, que en el juego los padres o tutores deben poner límites, pero antes de hacerlo deberíamos preguntarnos por la motivación real que nos lleva a imponerlos. ¿Estamos cansados? ¿Nos sentimos heridos porque no nos hace caso, prefiere jugar solo o hacerlo con otras personas? No tenemos que confesárselo a nadie. Es suficiente con identificarlo y ajustar nuestra forma de actuar. Habrá veces en las que nuestra mejor forma de educar con juegos simplemente será no intervenir.

Hay que jugar con los chicos cuando tenemos ganas de jugar, cuando estemos en un estado propicio para que “nos vuelvan locos”. Ellos no trabajan con esquemas de adultos; para entrar en la habitación de los niños a jugar hay que poder ser o estar en disposición de ser también un poco niños. De otro modo, una situación divertida puede terminar siendo un foco de frustración , un estado emocional nada propicio para educar con juegos.

Los adultos tenemos más formas de hacer que un niño deje de jugar, en contra de lo que queremos, que la de tratar de introducir cambios o ponernos al mando. Existe un peligro muy sutil, y se trata del manejo de las recompensas. Al introducir una nueva motivación, como podría ser que un niño/a reciba un dinero a cambio de llevar adelante un juego o tarea, se devalúa la motivación inicial hasta el punto de ser tan débil que esta ya no es capaz de motivar la conducta. Podemos terminar con una inclinación natural de los más pequeños cuando lo que queremos en realidad es consolidarla.

Por otro lado, con otro tipo de refuerzos más sutiles, como el social, también se produce este efecto. Además, podemos entender por qué en algunos planes de intervención se les puede llegar a plantear a los padres la posibilidad de sobremotivar un patrón conductual a eliminar, para después retirar esta motivación artificial y que la inicial se haya devaluado hasta el punto de que ya no sea capaz motivar la conducta. Este es el momento de decir que esta intervención paradójica no la hagamos sin contar con asesoramiento de un profesional. Si se hace, hay que hacerla bien, ya que errores pequeños pueden conseguir el efecto contrario al que pretendemos.

Una mala gestión de refuerzos, una torpeza directiva o un cansancio excesivo puede terminar con la motivación de un niño por jugar a un determinado juego. Para educar con juegos vamos a necesitar, en primer lugar, conocer los gustos del pequeño. Si le encantan los barcos, podemos adaptar el juego que queremos presentarle a una temática marina. Si se aburre con facilidad, descartemos los juegos que necesitan explicaciones muy largas. Si disfruta del movimiento, busquemos la forma de que no sea estático. La palabra mágica es : la adaptación. Tenemos que ir donde él está y conocer qué le divierte y por qué le divierte.

Además, no solo es importante la naturaleza del niño, sino también el estado en que se encuentra. Puede ser un niño muy activo, pero si en ese momento está tranquilo, hagamos propuestas que vayan en esa dirección. Así, será más fácil que las acepte. Además, no pensemos que cuando un niño rechaza un juego nos está rechazando a nosotros. Puede dolernos que después de haber estado un buen rato “preparando un juego”, el niño no quiera jugar. Esto no quiere decir que no quiera jugar con nosotros.

No debemos condenar la diversión. Los niños tienen muchísimo tiempo por delante para aprender de la forma que lo hacemos los adultos. Dejemos que lo hagan como niños: jugando, desordenando y ordenado. Inevitablemente, antes de conocer el orden, debemos conocer dolor de una herida que cicatriza en la rodilla. Educar con juegos no solo es posible, sino que es maravilloso, porque cuando no olvidamos que se trata de niños, nos hacemos nosotros también un poquito más pequeños y vamos a su encuentro.