Muchos adolescentes de la actualidad suelen aislarse. Se recluyen dentro de sus identidades ficticias en las redes sociales, o simplemente aparentan estar bien y, por dentro, sufren por la presión que sienten respecto a sus notas, su futuro, su aspecto físico o sus relaciones con una pareja, con sus amigos y con su familia. En los casos más extremos, algunos jóvenes incluso se autoinfligen heridas superficiales como una manifestación secreta y compulsiva del tormento que sufren.

La autolesión, que es para muchos adolescentes un escape momentáneo de la ansiedad contra la que luchan constantemente, es quizás el síntoma más inquietante de un problema psicológico más amplio: una «epidemia» de angustia y depresión que impacta y afecta directamente a la generación de los adolescentes de principios del siglo XXI.

Todos los estudios en este sentido destacan que quienes sufren de estos trastornos son la generación que creció luego del atentado a las Torres Gemelas, criados en una época de gran inseguridad económica, donde el terrorismo y los episodios violentos son moneda corriente y donde, en medio de un mundo en completo caos, fueron testigos de cómo la tecnología y los medios sociales transformaron la sociedad. Si bien muchos adjudican este trastorno a los padres, los dilemas de crianza del nuevo tiempo y el estrés que produce en los jóvenes el sistema educativo actual, los jóvenes están dentro de un caldero de estímulos del que no pueden, no quieren o no saben cómo alejarse.

Todos los expertos parecen coincidir en que ser un adolescente hoy en día es tener un «trabajo a tiempo completo» que incluye el esfuerzo escolar, la gestión de una identidad social virtual en redes sociales (que podría ser especialmente estresante y angustiante) y preocuparse por su carrera, el cambio climático, el sexismo, el racismo y lo que sea que la sociedad les imponga. Es la generación que casi en su totalidad no puede escapar de sus problemas en absoluto.

Es difícil para muchos adultos comprender cuánto de la vida emocional de los adolescentes se vive dentro de las pequeñas pantallas de sus teléfonos. No hay una línea clara y definida para los jóvenes que divida el mundo real y el mundo virtual. Esta hiperconectividad que ahora se extiende por todas partes los sobreexpone a los jóvenes y los sumerge en un mundo donde no saben cómo comportarse correctamente, donde la imagen que desean dar los limita y los presiona.

Otro de los componentes que juegan un rol fundamental en esta problemática, según los expertos, es el sistema educativo. La persecución de calificaciones específicas, la necesidad de «ser alguien» y hacer carrera transfirió la presión que antes ponían los padres sobre los hijos a una presión autoimpuesta por los adolescentes. La competitividad y la falta de claridad acerca de adónde van las cosas económicamente han creado una sensación de estrés real en los jóvenes. Mientras tanto, la evidencia existente sugiere que la ansiedad provocada por las presiones de la escuela y la tecnología está afectando a los niños más pequeños y más jóvenes.

Muchos críticos de los métodos de crianza actuales señalaron que los niños de hoy están «sobre-supervisados» pero, sin embargo, los adolescentes pueden estar en la misma habitación que sus padres y estar también, gracias a sus celulares, sumergidos en un enredo emocional doloroso que expresan por las redes sociales. Sin que nadie lo note, los jóvenes pueden estar viendo la vida de otras personas en Instagram mientras desean en secreto ser algo que no son o pueden estar inmersos en una discusión sobre el suicidio con gente en la otra punta del planeta. Incluso cuando los padres hacen todo lo posible para controlar el Instagram de sus hijos, Twitter y Facebook, lo más probable es que sean incapaces de reconocer los desaires sutiles y las exclusiones sociales que están causando dolor a sus niños.

La «adicción» al autoflagelo

Para algunos padres que descubren que su hijo estuvo severamente deprimido sin que ellos lo notaran o que llegó a lastimarse a sí mismo, el descubrimiento viene cargado de muchas culpas. El auto-flagelo no es universal entre los niños con depresión y ansiedad, pero sí parece ser el síntoma más visible de las dificultades de salud mental de esta generación.

El estudio académico de este comportamiento es incipiente, pero los investigadores están desarrollando una comprensión más profunda de cómo el dolor físico puede aliviar el dolor psicológico de algunas personas que lo practican. Ese conocimiento puede ayudar a los expertos a entender mejor por qué puede ser difícil para algunas personas dejar de autoflagelarse una vez que empiezan. Muchos creen incluso que hay un componente cultural en esa práctica. A partir de finales de 1990, el cuerpo se convirtió en una especie de cartelera para la autoexpresión, por ejemplo con los tatuajes y los piercings.

Algunos de los tratamientos para las autolesiones son similares a los de la adicción, sobre todo en el enfoque en la identificación de los problemas psicológicos que están causando la ansiedad y la depresión en el primer lugar y luego la enseñanza de otras formas saludables de lidiar con ellos. El mejor consejo para los padres que se enteran de que sus hijos están deprimidos o se hacen daño a sí mismos, la mejor respuesta primero es validar sus sentimientos : no enojarse y mucho menos castigarlos.

Hay que demostrar que realmente están tristes pero que ellos están para lo que sus hijos necesiten. Este reconocimiento directo de sus luchas quita cualquier prejuicio, lo cual es crítico ya que las cuestiones de salud mental están todavía muy estigmatizadas. Ningún adolescente quiere ser visto como defectuoso o vulnerable y, para los padres, la idea de que su hijo se debilite por la depresión o ansiedad puede sentirse como un fracaso de su parte.