25 de abril de 2024

Cómo tratar la rivalidad entre hermanos

La rivalidad y competencia fraterna es uno de los temas más analizados en los sistemas familiares, además de la pareja y la familia en general. Si bien es un tema observado y desarrollado en psicoterapia, y muy hablado por las personas, en general poco se ha escrito al respecto y tampoco se ha investigado lo suficiente en términos de literatura científica.

Muy a menudo los padres fantasean con que sus hijos van a ser afectuosos y responsables entre ellos, que van a ser amigos para toda la vida y que estarán unidos por siempre. Sin embargo, este escenario idealizado pocas veces se concreta.

La rivalidad entre hermanos puede ser definida como un conjunto de emociones, pensamientos y comportamientos hostiles que experimentan algunos niños frente a alguno de sus hermanos y que emerge sobre una base dolorosa y angustiante.

La presencia de rivalidad fraternal implica siempre una forma particular de sufrimiento que puede expresarse de múltiples modos, algunos más enmascarados y otros más evidentes o alevosos. Desde agresiones y violencia, intolerancia, irritabilidad, explosividad fácil o descalificaciones de los logros del otro hasta comportamientos para atraer la preferencia de los padres.

La mayoría de los autores coincide en que hay dos sentimientos que constituyen el motor de la disputa en los juegos relacionales que mayormente se desarrollan entre los hermanos: la envidia y los celos. En las discusiones que se desenvuelven en la fratría, se generan diferentes situaciones conflictivas que se expresan a través del enfado, los gritos, los insultos, el rechazo explosivo, entre otros. Estas dinámicas, también llevan a diferentes triangulaciones con los padres que son involucrados, conformando diversas coaliciones, alianzas y diversos tipos de juegos relacionales problemáticos. Profundicemos.

Cuando se habla de la competencia entre hermanos, se cae en el estereotipo de analizar el orden de la secuencia de hermanos.  Así, se habla del hijo mayor, el que sufre las consecuencias de los errores de padres sin experiencia y se le caracteriza como una figura en la que recae demasiada responsabilidad y exigencia; sobre todo por la idea de que tiene que dar el ejemplo a sus hermanos, cuando no se los dejan a su cuidado. En cambio, cuando se describe al hijo del medio, se indica que oscila entre el hermano mayor y los más pequeños. Se encuentra con la predilección del padre y la madre por el hermano mayor y la sobreprotección que ejercen con el menor, razón por la cual el hijo del medio queda anulado y desvalorizado, con pocas posibilidades de salir adelante y crecer. Por último, el hijo más pequeño, quien siempre es el sobreprotegido de los padres y de los hermanos mayores, nunca consigue que se le tome como un adulto a pesar de haber crecido. Siempre se le tomará como el Josecito, Carlitos, Juanito, etc., es decir, con un diminutivo que selle en su nombre la imagen del inmaduro.

Estos estereotipos son productos de una lectura muy superficial del juego interaccional de los hermanos. Por tanto, son una interpretación parcial o absolutamente ineficiente. En principio, porque cada familia es un universo de significados y tiene sus particularidades, cultura, creencias, valores, reglas, ideas, forma de afrontar las situaciones, estilo comunicacional y formas de manifestar afecto. Entonces, son muy relativas las interpretaciones que se hacen de cada hermano de acuerdo a su secuencia de nacimiento y no conducen a buenos resultados.

Los padres no son los mismos con todos sus hijos

Si bien conservan la identidad a lo largo de los años, los ciclos evolutivos, las experiencias de vida, la convivencia en matrimonio y en familia, traen aparejados diferentes formas de pensar y de sentir, razones por la que la crianza que se desarrolla con cada uno de los hijos tiene una arista similar, pero con bastantes diferencias. Los padres no son los mismos con el hijo mayor ni con el hijo del medio ni con los menores.

Muchos de ellos han pasado la prueba de ser padres primerizos y posiblemente el mayor ha pagado el precio de la inexperiencia, con lo cual la crianza hacia el resto de hijos cuenta con actitudes más flexibles o simplemente diferentes. Sea como fuere, la crianza de cada hijo es un evento absolutamente particular único e incomparable. Tengamos en cuenta que un hijo mayor crece durante un determinado periodo de tiempo solo con sus padres, sin hermanos, mientras que el resto de los hijos crecen con padres compartidos con los hermanos. Ni qué hablar si la familia ha cambiado de estatus económico; hay hijos que crecen con una serie de ventajas que otros no tienen y este hecho también define formas de pensar y actuar.

La relación entre hermanos: entre los celos y la envidia

Es factible que la rivalidad y la competencia entre hermanos se produzca a través de dos emocionalidades básicas: los celos y la envidia. Cada una de ellas compete a dos aspectos relacionales diferentes: mientras que en la envidia la relación es de dos personas, en los celos es un juego de tres. En estas dinámicas, los juegos triangulares son fatídicos. Se establecen alianzas que se transforman en coalición contra un tercero. El famoso dos contra uno, en el que el tercero deberá soportar la segregación y descalificación de los otros dos: broncas, maltrato, insultos, manipulaciones, ironías, provocaciones, entre otras. Sin duda, un juego tóxico.

Muchas de las rivalidades entre hermanos se producen por la intermediación de los padres. Algunos hijos sienten que los padres o específicamente el padre o la madre prefieren a alguno de sus hermanos. Puede producirse este favoritismo y no necesariamente explícito, porque los padres siempre manifiestan que “los hijos son todos iguales”, en el intento de ser equitativos hasta en la nutrición afectiva. Sin embargo, hay progenitores que muestran predilección por alguno de los hijos y esto favorece la rivalidad entre hermanos, quienes inician una disputa por el “cetro”. También, estos triángulos se muestran a la inversa. Un hijo hipervalorado es dejado de lado por los padres porque “puede solo” y el foco de atención lo ocupa el hermano con dificultades.

Si hay algo que no respeta la envidia es la lejanía ni la cercanía afectiva. La envidia entre hermanos es doblemente una apuesta a esos sentimientos oscuros. De cara a un hermano exitoso, el hermano envidioso desea poseer lo que logró su “adversario” o que le sucedan las cosas que ha conseguido su hermano: conquistar el trofeo, lograr el título, meter el gol en el partido, seducir a esa chica, etc. Este sentimiento oscuro es detonado porque los logros y éxitos del hermano, le muestran al envidioso la propia incapacidad o aptitud para ese logro. Entonces, este inicia una serie de descalificaciones al envidiado en el intento de destruirlo, porque tan minúsculo se siente, tan impotente frente al éxito del otro, que necesita socavarlo hasta reducirlo y “dejarlo de rodillas” para sentirse superior.

Pero la envidia no solo es codiciar lo que tienen los demás, cosa bastante natural (sobre todo cuando uno tiene poco de eso que se codicia), sino lo que más y mejor caracteriza a la verdadera envidia es el deseo de que, en este caso, el hermano envidiado no tenga lo que tiene, de que no sea real su éxito. Entendida de esta manera, es posible concluir que la envidia es la madre del resentimiento, un sentimiento que no busca que a uno le vaya mejor sino que le vaya peor. En esta rivalidad de hermanos envidiado y envidioso, el envidioso se convierte en un satélite del envidiado y lleva por dentro su dolor, puesto que si lo hiciese explícito sería declarar su inferioridad. Entonces, aparecen descalificaciones, expresiones de broncas que no hacen foco en las cuestiones que envidia el envidioso, sino en otras situaciones que operan como gatillo para expresar la rabia acumulada. La escena se complica cuando los padres intermedian e inmediatamente caen en la trampa de la triangulación.

En la relación de rivalidad por celos, los hijos compiten por la posesión de los padres y esta posesión se traduce en la atención y el tiempo destinado a expresiones de cariño y aprobación.

Un ejemplo de relación de tres son los celos. Una relación de dos es interferida por un tercero real o imaginario, en el que uno de los dos se siente relegado porque cree que el otro se halla ligado a otra persona fuera de la dupla. Este juego genera angustia, agresiones culpas, broncas, desesperación y otros sentimientos contaminantes. El hermano celoso delimita su percepción a evaluar las expresiones afectivas de los padres. Desde su punto de vista, estas casi siempre serán aprobatorias para el hermano celado y deficitarias para él mismo. Por otra parte, no ataca o cuestiona a los padres por su percepción de que ellos tienen predilección por otro hermano -sea fantasía o realidad-. En cambio, vuelca su resentimiento y bronca en el “hermano preferido”.

Una de las rivalidades prototípicas son los celos que siente el hijo que ha monopolizado el amor de sus progenitores, por el nacimiento de su hermano dado que, por una cuestión, entre otras razones, biológica el recién llegado necesitará mayores niveles de atención (alimentación, cuidados mayores, higiene, etc.) que tiene cualquier recién nacido. Esa rivalidad por el afecto de los padres a partir del nacimiento de su hermano, puede expresarse de diferentes maneras a través de distintas formas conductuales. Muchos de estos hijos sienten culpa por estos sentimientos encontrados, en los que convive el amor por el nuevo hermano y la rabia porque “usurpó” su lugar.

Si es temporaria, la rivalidad que existe entre hermanos y hermanas es un efecto relacional esperable. El problema se produce si este juego se prolonga y se sistematiza en el tiempo, porque se arman cuadros disfuncionales de difícil ruptura.