19 marzo, 2024

15 Consejos para mejorar el vinculo con hijos adolescentes

La adolescencia es uno de los ciclos evolutivos más importantes, pero también un desafío para los padres que deben llevar a cabo la crianza de estos futuros adultos. No son pocos quienes se preguntan cuáles pueden ser los consejos más adecuados para mejorar la relación con los adolescentes.

Las claves principales consisten en estimular la comunicación, fomentar las demostraciones de amor y cariño y, establecer límites claros y precisos.

Los 10 consejos que más se deben llevar a cabo son:

  • Decir “te quiero”:  no hay que dejar de expresar a los hijos todo el cariño posible. El amor de madres y padres es el único amor incondicional, sin especulaciones. Aunque los adolescentes sean aparentemente ariscos y rechacen las manifestaciones de afecto, siguen siendo muy sensibles a ellas. Pese a esa fachada rebelde, todo hijo/a adolescente busca ser reconocido y esto solo se logro con mucho amor y mucha paciencia.
  • Establecer límites: para mejorar la relación con los adolescentes, es importante definir (y expresar) qué es negociable y qué no. Hay que aprender a decir “no”, sin culpa. También, hay que aprender a decir no sin caer en un mandato dictatorial, sino como una negativa basada en el buen amor, en un límite que permita discernir hasta dónde se puede llegar. Es necesario establecer límites claros, estables y flexibles. Los límites son normas y criterios básicos para la convivencia, pautas que le permiten al joven un aprendizaje y, a su vez, un ejercicio de libertad y  responsabilidad. El castigo sería el fracaso del límite.
  • Ser directo y concreto: No es necesario abundar en explicaciones. Seguramente nuestro hijo ya escuchó lo que le dijimos y ahora está haciendo su respectivo proceso. No le demos más vueltas. A veces, dar demasiadas explicaciones o no ser claro y concreto, resulta tedioso. Hay que saber explicar con mesura para reflexionar. De lo contrario, el adolescente desconectará y simplemente no nos escuchará.
  • No ubicarse como ejemplo: Una manía que tienen los padres es colocarse como ejemplo: Yo cuando tenía tu edad… Sin embargo, hacer esto no es lo más acertado. El adolescente necesita transitar sus propias experiencias. Predicar con teorías extraídas de la propia experiencia no es positivo, ya queque esto nos hace exaltarnos y descalificar la experiencia de los jóvenes. Además, hay que recordar que se aprende más de los errores que de los aciertos. Un error invita a pensar, reflexionar, cambiar de tentativas, ejercitarnos en soluciones y, mientras tanto, se aprende.
  • No suponer, mejor preguntar: Es importante aprender a traducir la suposición en pregunta, y también saber cuándo plantearla. Si afirmamos lo que suponemos, estamos acusando a nuestro hijos y lo único que obtendremos es que ellos se pongan a la defensiva. Aprender a escuchar, liberándonos de prejuicios y supuestos, es una forma de establecer un diálogo libre y franco, sin defensas ni ataques.
  • Evitar sermones: es de suma relevancia aprender a escuchar a nuestros hijos, conteniéndonos del hábito de aconsejarlos desde la arrogante creencia de que somos los adultos y, por ender, “la voz de la experiencia”. Recordar la propia adolescencia ayuda a traer a la memoria cómo nos sentíamos en ese período, nuestros sueños y confusiones, qué deseábamos, cuáles eran nuestras necesidades. Esto, más que aprovecharlo como material para dar un sermón, puede servirnos para empatizar más profundamente con nuestros hijos.
  • Reforzar su autoestima: Reconocer y valorar las cualidades y habilidades de nuestros hijos, aún si se equivocan, es importante para mantener una comunicación sana en casa. También, ayuda a prevenir el gaslighting y otras conductas afines. Hay que aprender a hacerles ver el error, pero siempre alentándolos a seguir adelante. Esto motivará a nuestros hijos a moverse seguros, y a hacerles saber qué hacer y cómo. La actitud de confianza hacia nuestros hijos inspira en ellos una actitud responsable. Por eso, no desaprovechemos cualquier oportunidad que tengamos para felicitar un comportamiento de nuestros hijos que merezca ser felicitado.
  • Distinguir entre exigencia productiva vs. hiperexigencia destructiva: Para mejorar la relación con los adolescentes hay que aprender a distinguir entre lo que es la hiperexigencia destructiva y la exigencia productiva. Aunque en primera instancia pudieran dar la impresión de ser muy parecidas, en realidad, tienen matices completamente distintos. Una ayuda a mejorar, a partir de la crítica constructiva, mientras que la otra, tal como lo indica su nombre, destruye. No olvidemos que los adolescentes se encuentran en pleno “ensayo y error”, como forma de aprendizaje de vida. La exigencia es estimulante y productiva, mientras que la hiperexigencia es restrictiva y no valorizante. Si no existe la paternidad perfecta, ¿por qué exigir la perfección en nuestros hijos?
  • Autoridad, no autoritarismo: El ejercicio de ser padres implica encontrarnos en una asimetría relacional por arriba. Estamos en el lugar de la enseñanza, la guía, la experiencia, la escucha, la valoración y rectificación, pero por sobre todo, del afecto. Somos una autoridad afectiva. Los padres no somos amigos, somos padres. Podremos ser más horizontales, más cercanos, pero no por eso debemos perder la asimetría de la autoridad. No es nada bueno que los hijos se terminen confundiendo.
  • De la protesta a la propuesta: Es muy, pero muy importante que los padres abandonemos la queja y la crítica para mejorar la relación con los adolescentes. Ambas son desvalorizantes y crean malestar y un clima familiar de tensión. La queja y la crítica marcan lo que falta y paralizan (mientras que nos quejamos, no hacemos). Y tomar conciencia sobre este mecanismo hace que logremos pasar de la protesta a una propuesta, es decir, acciones que lleven al cambio de conductas.
  • Respetar la intimidad: Los hijos reclaman sus espacios personales, puesto que están pasando del nosotros al yo, y esta individuación es la cimiente de su futura autonomía. Por lo tanto, es necesario respetar su intimidad y no caer en el control invasivo.  A medida que crecen, van ganando autonomía progresivamente y hay que ir soltando la mano a medida que hacen fuerza para liberarse. Hay que otorgarles libertades crecientes, acordes a las normas pautadas con antelación.
  • Tolerar que ya no se es “padre ideal”: Para mejorar la relación con los adolescentes hay que hacerse a la idea de que ya pasó la etapa en la que se era “un padre ideal” y que esto forma parte del proceso de crecimiento de los jóvenes. En la infancia, los hijos idealizan a sus padres, los creen “todopoderosos” y que tienen todas las respuestas a sus preguntas. Sin embargo, cuando son adolescentes comienzan a “desmitificarlos” y a “hacerlos más reales”.
  • Aceptar los errores: Nadie enseña el oficio de ser padres, podemos cometer equivocaciones en el camino. El hecho de ser padres y adultos no es garantía de tener todas las respuestas y mucho menos, de ser poseedores de la “verdad absoluta” o las formas correctas en todos y cada uno de los escenarios. Podemos equivocarnos. Si hubo una equivocación, es importante reconocérselo al hijo. Esta es una manera de enseñarle a pedir disculpas mediante la propia actitud.
  • Mantener la coherencia:  No solamente los padres dicen, sugieren, ordenan con palabras. Las acciones son, consciente o inconscientemente, observadas por nuestros hijos. Después de todo, somos una gran película en la que ellos se proyectan, aprenden, copian estilos y formas de proceder. Ser consecuentes entre lo que decimos y lo que hacemos es una vía de comunicación saludable que evita la confusión y acrecienta el vínculo afectivo.Adolescentes haciendo deporte
  • La culpa no es buena compañía: La culpa entorpece la comunicación clara. En todas sus formas, la culpa no es un sentimiento sano. Por eeso, más que culpar, es importante hablar de «asumir responsabilidades». Si nos responsabilizamos por por nuestras actitudes como padres, nuestros hijos serán responsables de sus conductas. Recordemos que todos somos parte de un juego relacional, en el que debemos asumir nuestra cuota de participación.

Lo ideal sería empezar a aplicar estos consejos de manera cotidiana, hasta hacerlos parte de la rutina y la propia dinámica entre padres-hijos, y no sólo tomarlos en cuenta de manera puntual cuando algo va mal o aparecen dificultades en la comunicación.