Cómo hablar con los chicos sobre la igualdad de género

Aunque la situación ha cambiado mucho en los últimos años, todavía queda un largo camino para llegar a la igualdad de género. La sociedad no espera lo mismo, ni ofrece idénticas oportunidades a hombres y a mujeres. Además, se valora de manera más positiva a quienes se ajustan a las expectativas y los roles dominantes.

Algunos estudios han demostrado que los hombres que despliegan características “masculinas” y las mujeres que exhiben características “femeninas” reciben evaluaciones más positivas que quienes no lo hacen. Y es que no somos conscientes, pero todos tenemos muy arraigados algunos prejuicios y actitudes machistas que seguimos reproduciendo generación tras generación, seguramente porque es lo que hemos observado e interiorizado desde que éramos pequeños.

Por eso, la educación es fundamental para romper con estos prejuicios. En casa, los padres son el ejemplo a seguir, y conviene reflexionar sobre los valores que les transmitimos a nuestros hijos/as. Para ello, es útil hacerse preguntas del tipo:

¿Quién toma las decisiones importantes en casa? ¿Cómo se organiza el reparto de tareas? ¿Cómo se resuelven los conflictos? Los adultos que rodean a los niños son una fuente de información constante, que es aceptada por ellos sin filtro ni cuestionamiento. De manera silenciosa, los niños y niñas integran todo lo que les llega y lo imitan.

Existen ciertos consejos que pueden ser seguidos tanto por los padres como por maestros y profesores y que pueden ayudar a educar a los más pequeños y a prevenir la discriminación y la violencia de género:

Observar y escuchar: es importante observar cómo se relacionan nuestros hijos con sus compañeros y compañeras, entender qué conceptos manejan.

Erradicando los prejuicios: cuando afirman algo categóricamente hay que responder con una pregunta: ¿por qué? Por ejemplo, si nuestro hijo nos dice que limpiar es de mujeres, podemos preguntarle: “¿Por qué es de mujeres? ¿Los niños no tienen manos? ¿Por qué no van a saber limpiar?”. Al tratar de razonar el prejuicio, éste acaba autodestruyéndose. Además, hay que recordar que la discriminación también se produce hacia el género masculino: todavía existe una percepción de los niños deben ser más duros, mientras que las niñas son sensibles. Está peor visto y a muchos chicos se les ridiculiza por llorar, o por mostrar una mayor sensibilidad, y esos son prejuicios que también debemos esforzarnos por desmontar. Implicar a los niños y niñas en las tareas del hogar y asignarles responsabilidades o actividades cotidianas que tradicionalmente han sido consideradas “cosas de mujeres” o “cosas de hombres”.

No se puede generalizar: debemos hacerles comprender que las generalizaciones conducen a error. Cada persona es única e irrepetible, y tiene virtudes, defectos y capacidades propias, independientemente de si es hombre o mujer. Tenemos características propias que nos vienen dadas por nuestro sexo, pero esto no debería que implicar que tengamos distintas oportunidades o que se espere que nos comportemos de una forma u otra.

Compartir la información, debatir con ellos: es bueno hablar con ellos de la información que reciben en la escuela, en la televisión, de sus amigos… así generamos el hábito de conversar y discutir ideas en casa y fomentamos en los niños el espíritu crítico. Además, nos ayuda a entender cómo son, qué ven, qué piensan y cómo se sienten.

Comprender nuestras propias limitaciones en cuanto a género: hemos sido educados en una sociedad que, igual que hoy, pretendía asignar un rol a cada sexo, y por eso nosotros mismos, tanto hombres como mujeres, tenemos interiorizadas algunas actitudes discriminatorias. Es bueno mirarnos con ojo crítico y, de alguna manera, reeducarnos.

Responder dudas: debemos procurar que el momento de la televisión lo compartan con nosotros, y tenemos que responder a cualquier pregunta que les surja respecto a aquello que están viendo, incluidas las aquellas sobre sexualidad o relaciones entre hombres y mujeres.

Juegos unisex: muchos juegos tradicionales no necesitan herramientas, ni tienen roles definidos: la mancha, las escondidas, la gallinita ciega, etc. y no pasan de moda.

Dar el ejemplo: ellos nos observan y son como esponjas: repiten nuestras palabras e imitan nuestros comportamientos. Ven cómo nos relacionamos con ellos, con nuestra pareja, con nosotros mismos, con el entorno familiar y con la sociedad. Los patrones de comportamiento se heredan, y no es sencillo desligarse de esta influencia familiar. Evitar roles, tópicos, lugares comunes respecto al género, y dejemos que vayan creando sus propias opiniones desde el respeto y la empatía por lo diferente.

El aprendizaje nunca se acaba: para enseñar hábitos, debemos ser nuestra mejor versión posible. Y para ello tenemos que desaprender, criticarnos, ver y comprender la realidad de nuestro entorno y cambiar lo que no funciona.

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