24 de abril de 2024

En los chicos, para lograr un buen rendimiento hay que incentivar el esfuerzo

Todos queremos sentir que somos inteligentes. Si nos lo dicen, nos sentimos entusiasmados y nuestra autoestima se eleva. Sin embargo, los experimentos en psicología social dictan que un niño va a rendir más si atribuimos su éxito al esfuerzo que a su capacidad. A veces, la forma en la que los demás se refieran a nuestras acciones, según apelen a nuestro esfuerzo o capacidad, cambia por completo la manera en la que nos sentimos y nuestro rendimiento. Si después de hacer una tarea la profesora te dice «la has hecho estupendamente, qué inteligente eres», seguro te has sentido como un triunfador.

Sin embargo, investigaciones varias sugieren que la mejor estrategia para que rindamos mejor es apelar al esfuerzo que realizamos. Elogiar a las personas por su habilidad natural puede ser destructivo. Una vez que las personas comienzan a pensar que las habilidades y los talentos se tienen o no se tienen, ¿qué sucede cuando experimentan un fracaso? Probablemente, pensarán que no son tan buenos como creían y su autoestima y motivación caigan en picada. Sin embargo, los estudios demuestran que centrarse en el esfuerzo y la determinación nos hace mejores para superar obstáculos futuros. Este simple cambio en el discurso hace maravillas al crear una psicología del éxito más realista y constructiva.

Con frecuencia, se considera que elogiar la capacidad tiene efectos más beneficiosos sobre la motivación. Sin embargo, de manera contraria a lo que sostiene el mito, seis estudios demostraron que el elogio por inteligencia tuvo más consecuencias negativas para la motivación de logro que el elogio por el esfuerzo:

  • Se descubrió que los estudiantes de quinto grado alabados por su inteligencia se preocupaban más por los objetivos de rendimiento que por los objetivos de aprendizaje que los niños alabados por el esfuerzo.
  • Después del fracaso, también mostraron menos persistencia, menos disfrute de la tarea, más atribuciones de baja capacidad y peor desempeño que los niños alabados por el esfuerzo.
  • Finalmente, los niños alabados por la inteligencia lo describieron como un rasgo fijo. En cambio, los niños alabados por el trabajo duro, creían que su rendimiento estaba sujeto a mejoras.

Esfuerzo o capacidad: experimento con estudiantes

En 1998, Carol Dweck y Claudia Mueller publicaron sus hallazgos de un estudio realizado con estudiantes de 5º curso. Los estudiantes salieron de su clase normal y entraron a la sala de examen. A cada estudiante se le plantearon problemas de un nivel alto de dificultad. Después de cuatro minutos, el estudiante dejaba de trabajar y el investigador calificaba sus respuestas. En este punto comenzó el verdadero experimento.

A todos los estudiantes se les dijo que habían tenido un buen rendimiento. En un primer grupo, ese fue el único comentario que obtuvieron. Sin embargo, en un segundo grupo, el investigador elogió la habilidad del estudiante: «Qué bien. Debes ser inteligente para resolver este tipo de ejercicios«. Por último y en un tercer grupo, el investigador elogiaba el esfuerzo del estudiante: «Qué bien. Debes haber trabajado muchos para ser capaz de resolver estos problemas”. Así, la diferencia entre los tres grupos la marcó el tipo de retroalimentación. Unos alumnos fueron reforzados por su desempeño de forma neutra, otros por esfuerzo y otros por  su capacidad.

Después, los investigadores quisieron proporcionarles a todos una experiencia de fracaso leve. Cada niño tuvo un nuevo conjunto de ejercicios compuestos por problemas que eran todavía más difíciles. Cuando terminaron, el investigador calificó su trabajo de la misma forma sincera. La pregunta ahora era: ¿cómo responderían los alumnos de quinto grado ante este revés? Podrían perder la confianza e internalizar su paso en falso como un fracaso o podrían tratarlo como una oportunidad para aprender y hacerlo mejor la próxima vez.

Los niños que fueron elogiados por su habilidad vieron su rendimiento en este segundo conjunto de problemas como un fracaso, pero los niños que fueron elogiados por su esfuerzo en la primera prueba tomaron los fallos como una oportunidad de aprendizaje. Cuando los investigadores les preguntaron si querrían llevarse a casa los problemas para practicar, los niños que habían recibido elogios por su esfuerzo por norma dieron una respuesta afirmativa; mientras que los niños que habían sido inicialmente alabados por su habilidad no demostraron demasiado interés por esta opción.

Los estudiantes recibieron un tercer conjunto de problemas para trabajar. Y lo que ocurrió fue sorprendente. Los niños que inicialmente habían sido elogiados por su esfuerzo obtuvieron un resultado mucho mejor en la tercera prueba, sobre todo si lo comparamos con el resultado obtenido por los niños que habían sido elogiados por su capacidad. Al final del estudio, a todos los estudiantes se les dio a elegir entre leer sobre cómo mejorar en el examen y ver la puntuación de sus compañeros. Debido a que el elogio del esfuerzo enfocó a esos niños en aprender realmente de sus errores, ellos escogieron la opción de mejorar de la prueba. Sin embargo, el elogio de la capacidad hizo que primara las ganas por conocer su resultado en comparación con el que habían obtenido los demás.

Parece que elogiar a las personas por su arduo trabajo las inspira a tomar riesgos, a aprender de los errores y superar los contratiempos. Sin embargo, elogiar a las personas por su habilidad natural les hace sentir que necesitan demostrar su talento natural, de manera que cualquier retroceso puede parecer un fracaso.

Si tienes hijos, las implicaciones son obvias. Intenta que el motivo del aprendizaje sea el propio aprendizaje y no la necesidad de demostrar a los demás que son válidos para realizar una determinada tarea. Lo bueno de esta idea es que podemos aplicarla en muchos contextos, para dar forma a una educación coherente en su conjunto.