20 de abril de 2024

¿Cómo contarle a nuestros hijos que nacieron por reproducción asistida?

Se trata de esos niños que han venido a este mundo mediante TRHA (Técnicas de Reproducción Asistida).

La primera inseminación con semen de donante se realizó en 1984, en Philadelpia y desde ese momento, se abrieron infinitas posibilidades, tanto para parejas con problemas de fertilidad como para parejas de dos mamás, dos papás y madres solteras. La figura “donante” irrumpió como categoría nueva, no papá, no mamá: “donante”, es decir, quien aporta una de las gametas para hacer posible la maternidad o paternidad deseada (no posible fisiológicamente).

Y los consultorios de reproducción asistida se llenaron -de unos años a esta parte-, de parejas y mujeres que antes no habían pensado que podían, pero que luego de la Ley de Fertilización Humana Asistida (26.862) vieron más cerca su sueño. Los hijxs nacidos por Inseminación Artificial (IA) y Fecundación In Vitro (FIV) están creciendo y necesitan una sociedad preparada para aceptar familias diversas, orígenes distintos, narrativas y relatos auténticos sobre el punto de partida, ese gran momento que nos construye subjetivamente: ¿cómo llegamos al mundo?

Dentro de este panorama, en el cual la demanda por tratamientos de fertilización asistida crece y crece, el acceso a la información sobre la identidad del donante con el que se realiza la Inseminación Artificial o Fecundación In Vitro fue el tema más controvertido. Los partidarios de informar sobre la identidad del donante sostienen que es importante para el bienestar del chico el tener acceso a la información sobre sus orígenes para construir su propia identidad. El principal argumento es que no informarle al niño sobre el real origen de su concepción viola su autonomía. Entre otras cosas, el informar puede evitar secretos de familia los cuales pueden ocasionar tensiones en las relaciones y ansiedades.

¿Cuál sería la argumentación?

Aquellos que se pronuncian en contra de informar sugieren que comunicarle al niño el verdadero origen de su concepción puede predisponerlo a problemas psicológicos y sociales, los cuales podrían evitarse. Esto sería peor, afirman, si el niño quisiera saber más sobre su donante y no pudiera. Pero detrás de esto, se esconde otra arista, que tiene que ver con lo legal, ¿y si los chicos quieren averiguar los datos sobre su donante? ¿Y si no pueden?

En algunos países se cuestionó la validez del anonimato de los donantes (Suecia, Holanda, Austria, Suiza, Finlandia, Islandia, Nueva Zelanda, Gran Bretaña y algunos estados de Australia) y eso los llevó a abolir por ley la utilización de semen de donante anónimo y solamente permitir la utilización de donantes que accedan a que su identidad pueda ser revelada a los concebidos con sus espermatozoides, una vez cumplida la mayoría de edad. Esto provocó, en esos países, una disminución del número de donantes dispuestos, el cierre de muchos bancos de semen y la consiguiente declinación de los tratamientos con donante, y todo esto sin poder precisar, a ciencia cierta, el impacto que esta reglamentación tendrá para todos aquellos nacidos y sus familias”.

En otros países como España, en cambio, se utiliza principalmente semen de donante anónimo, al igual que en Bélgica, Dinamarca, Canadá, Japón, China, Francia, algunos estados de Australia y, Argentina. Igualmente, esto no impacta sobre la decisión de los padres de decirles a o no a los hijos cómo fueron concebidos. Este es un evento íntimo y particular de cada familia.

¿ Conviene decir la verdad o callarse?

En parejas heterosexuales con problemas de fertilidad, es más fácil que los padres oculten a los hijos nacidos por fertilización asistida que una de las gametas no pertenece a uno de ellos (óvulo o esperma donado). Miedo al rechazo, podría ser una de las explicaciones. Una sociedad todavía no preparada, que no incorporó las diferencias y que sigue sosteniendo modelos tradicionales de familia, podría ser otra. En el caso de madres solteras y parejas de lesbianas, en cambio, es más fácil que llegue invariablemente el momento en el que un chico pregunta: “¿cómo vine al mundo, mamá?” Ni bien ellos se enteran de que para formar un bebé se necesita un óvulo y un espermatozoide, y no hay figura de “papá”, el momento deberá ser afrontado.

Omitir el origen genético implica un riesgo para los padres de impacto en la construcción del vínculo y la confianza con estos hijos. ¿Hay algo malo en recurrir a una TRA para buscar un hijo? La respuesta es NO, entonces, ¿por qué mentir? Cuando lo hacemos es porque sentimos que eso que no queremos decir es equivocado o vergonzoso, desde esta perspectiva trabajan en los talleres de CONCEBIR.

Hay algunos chicos curiosos que preguntan y exploran, otros, más tímidos, preguntan menos, algunos hablan antes de tiempo y comprenden. Explicarlo no se trata de una una única conversación, es un proceso, pero pensemos que suelen asimilar mejor las cosas cuando se le dan explicaciones claras. A los dos tres años se puede empezar a hablar de cómo nacen un bebé a partir de embarazos cercanos o con muñecos, libros, imágenes. Es importante mencionar todo lo que uno deseó tenerlos y el camino recorrido para que ellos pudieran llegar. Ser simples, directos, claros, hacerlo de manera natural, dando lugar a preguntas. Esto no implica que los chicos quieran saber siempre más acerca del donante, algunos querrán hacerlo y otros no, pero es importante reconocer que la Ley de Fertilización los ampara, respeta su derecho a la identidad y obliga a los bancos de donantes a guardar los datos.

Los libros que tratan esta temática, pueden ser de gran ayuda

“Sueños de familia, hijos concebidos por técnicas de reproducción asistida” de Marianela Casanova (Editorial Cien Lunas), es una apuesta nacional de libro ilustrado (por doce profesionales de distintos países) que narra, en quince historias reales, la gran diversidad de nidos-familias-tribus de crianza, madres solteras por elección, papás sin pareja, parejas igualitarias. Es una herramienta más para el momento en el que padres y/o madres le cuentan a su hijo cómo fue concebido, entre los 3 y 6 años de edad. Siempre con la verdad y términos reales que ellos pueden comprender.